La Gran Guerra Irmandiña en Galicia (1467-1469)

 



Las denominadas guerras de los “irmandiños” son unas revueltas populares que tuvieron lugar en el Reino de Galicia. Normalmente, la mayoría de estudiosos de la época reconocen dos guerras, la primera tuvo lugar en 1431, y la segunda podemos contextualizarla entre 1467-1469. El estudio del fenómeno irmandiño atrajo multitud de investigaciones y, todavía a día de hoy, es uno de los episodios históricos más conocidos por la sociedad gallega, aunque este conocimiento está claramente limitado, ya que desde el siglo XIX ha sido empleado, a veces de manera tendenciosa, por multitud de colectivos cuyos objetivos han sido variados.

5 julio, 2020 | David Riveiro Rivera


Las fuentes con las que contamos actualmente son lamentablemente escasas. De todos modos, podemos destacar algunas como el famoso pleito Tabera-Fonseca, o la obra del hidalgo gallego Vasco de Aponte “Recuento de las casas antiguas del Reino de Galicia”, redactada en las primeras décadas del siglo XVI. Entre los investigadores actuales destacar entre otros a Anselmo López Carreira o Carlos Barros.

La revuelta se extendió por todas las tierras gallegas y fue la respuesta de campesinos, artesanos, eclesiásticos y burgueses a décadas de extorsión y violencia sin freno por parte de los señores feudales. Durante el siglo XV, la usurpación de bienes a la Iglesia por parte de los nobles y sicarios a sueldo de estos y su violencia sobre los campesinos y otros grupos sociales –que incluía desde secuestros hasta robos de ganado o apropiaciones de fincas– favorecieron el estallido de la revuelta Irmandiña, un hecho histórico excepcional, que quedó grabado en la memoria colectiva. 

Entre 1467 y 1469 el pueblo, cansado de los abusos cometidos por la alta nobleza, se levantó en armas y asumió el poder en nombre del rey. Ante el desorden y la injusticia generalizados, las clases populares solicitaron al rey legítimo que les permitiera organizarse en Hermandad para restablecer el orden y castigar a los malhechores: «Las muertes e robos, e males que se hacían por todas partes del reino eran tales e tantos e tan disolutos e feos e sin temor de Dios, por falta de justicia e execución de ella, que ninguna gente no osaba caminar ni salir del poblado, en tal manera que apenas tenían seguridad en sus casas. E como los pueblos se viesen tan afligidos e puestos en tanta necesidad e peligros, inspiró Dios en ellos de tal guisa que todas las ciudades e villas e logares se movieron e conformaron para hacer hermandad». 

En la Junta de Fuensalida, de enero de 1467, Enrique IV aprobó la Hermandad del reino de Galicia. Era una prolongación de la que ya existía en Castilla desde 1464, pero con una entidad y una mentalidad propias.


La segunda revuelta irmandiña, no podemos separarla del contexto político castellano, donde nos encontramos con el tormentoso reinado de Enrique IV.  La insurrección, que afectó a todo el territorio de Galicia, tuvo lugar en el marco de la guerra civil que enfrentaba a Enrique IV de Castilla con un sector de la nobleza que había proclamado rey al príncipe Alfonso, su hermano. En Galicia, los obispos y las ciudades se mantuvieron fieles a Enrique, mientras que la alta nobleza se situó en el bando de don Alfonso. 


Galicia es un territorio donde la presencia nobiliaria es muy destacada. Está ocupado en casi toda su extensión por el dominio señorial, destacando a la Iglesia, especialmente al arzobispado de Santiago como principal terrateniente. Por lo tanto el realengo era prácticamente testimonial. Esto provocaba un debilitamiento todavía mayor de la figura del monarca ya que no tenía apenas jurisprudencia, y conlleva a que desde Enrique II “el fratricida”(durante 110 años desde 1376 hasta Isabel “La Católica” 1486) , ningún rey pisará Galicia dejando por tanto total libertad a la nobleza para ejercer su poder sin restricciones. 


Con este reparto de la propiedad, la nobleza no puede expandir sus territorios, y busca nuevas alternativas para aumentar sus rentas. Entre las soluciones que encontraron está el aumentar los impuestos, o atacar los territorios indefensos de las tierras de la Iglesia, para posteriormente llegar a un acuerdo con el estamento eclesiástico y hacerse encomenderos de ese territorio. Esto provocará el aumento de la violencia y los abusos por parte de los nobles, lo que implicará un empeoramiento de la sociedad gallega, la cual estaba al servicio de las ambiciones e intereses de la nobleza.


Será en este contexto cuando tenga lugar la rebelión “irmandiña”. En contra de lo que mucha gente piensa, ésta no surge en el rural sino que es una revuelta de carácter urbano. En este período las hermandades eran una asociación libre y voluntaria de individuos al margen de su profesión, nivel de riqueza o estamento. Es una institución compleja que requiere financiamiento, una jerarquía que dirija sus acciones y una reunión de sus miembros que decida las líneas a seguir. No es por lo tanto, generalmente, una organización espontánea. Suele estar regulada por unos capítulos redactados en común, y no siempre es sancionada por el monarca. En este aspecto, antes de la formación de la hermandad gallega, en noviembre de 1466, tiene lugar la Junta de Fuensalida de las hermandades de Castilla y León, de gran importancia para Galicia porque los “capítulos de Fuensalida” regirán el funcionamiento de la Santa Irmandade del reino de Galicia.


La hermandad se organizaba sobre una estructura sencilla, la cual se repetía varias veces a pequeña escala, con lo que la capacidad de organización y movilización de los individuos partía de grupos reducidos pero numerosos. No obstante, esta capacidad tenía un problema grave, dado que no era fácil coordinar las acciones de estos pequeños grupos, una debilidad que se revelaría capital para la comprensión de la derrota irmandiña.

La Santa Irmandade y la guerra irmandiña

El levantamiento organizado por la Santa Irmandade, proviene de la caótica situación, así como de los continuados abusos provocados por la nobleza durante este período, pero en ningún caso la intención de los irmandiños fue modificar el sistema social vigente. De hecho el apoyo por parte de la Santa Irmandade hacia Enrique IV es manifestado con total claridad, lo cual influyó en la buena disposición del monarca hacia los acontecimientos gallegos como demuestra la redacción de la carta del 6 de julio de 1467 en Cuéllar, además esto proporcionó a Enrique IV el apoyo necesario para luchar contra la nobleza rebelde. La Santa Irmandade do Reino de Galicia tenía una sólida organización a base de alcaldes, cuadrilleros y procuradores, que eran elegidos en grandes asambleas /el rey les había liberado de su juramento de defender las fortalezas. Los alcaldes irmandiños actuaban como delegados del rey y poseían, como símbolo de su poder, las «varas de justicia de hermandad». Los centros coordinadores del movimiento eran Coruña-Betanzos, Lugo, Santiago, Pontevedra y Orense-Mondoñedo. 

Esta fidelidad por parte de la sociedad gallega viene de la mano de la idealización que hubo entre el campesinado gallego del siglo XV de la figura del rey, promovida por los continuos abusos sufridos bajo el dominio nobiliario, de ahí que buscaran el amparo del monarca. De hecho Carlos Barros muestra en uno de sus estudios como muchos campesinos que lucharon entre los irmandiños no conocían ni el nombre del rey.

Las comarcas de Galicia estaban repletas de intrigas, auspiciadas por los nobles, los cuales aparte de dedicarse a la caza mayor en sus feudos, disfrutaban quitándose mutuamente tierras, cosechas y rentas, con el perjuicio que entre ellos causaban sobre el agobiado campesino. En muchos casos, pagaba sus rentas a varios amos en un corto periodo de tiempo, según fuese el señor de la tierra.


En cuanto a los grupos sociales representados en la Santa Irmandade, debemos señalar a la burguesía, al campesinado e incluso a sectores de la baja nobleza. Entre ellos destacar a los hidalgos Diego de Lemos, Pedro Osorio y Alonso de Lanzós, los cuales fueron los capitanes de los principales cuerpos de ejército de los irmandiños. Se cree que pudo haber otros nobles que, por miedo, no se unieron abiertamente a la causa, pero que la debieron de apoyar de alguna manera.


En una primera fase, los alcaldes de la Hermandad recibieron las denuncias de los agravios cometidos por los señores contra los vasallos y la Iglesia, y procedieron contra los  malhechores comunes con sentencias ejemplares.

En la primera Junta, celebrada entre febrero y abril de 1467 en Melide, la Hermandad exigió a los nobles la entrega de sus fortalezas; pero ante la negativa de algunos, los irmandiños, armados con espadas, lanzas, ballestas y quizá bombardas comenzaron a destruir los castillos, iniciándose de esta forma el movimiento antiseñorial. Se dijo que en dos años fueron destruidas 140 fortalezas, aunque probablemente fueran más, pues los irmandiños arrasaron también torres y casas señoriales, hasta que «no deixaron fortolleza en todo o reino de Galicia»

El éxito de los irmandiños se debió tanto a su gran número como a su unidad y al sentimiento justiciero de los asaltantes. A su favor contó también que Enrique IV legalizara, en julio de 1467, los primeros ataques a las fortalezas: 

La magnitud de la rebelión hizo imposible la resistencia nobiliaria (con sus fuerzas divididas por el conflicto con Enrique IV). Algunos nobles murieron tras intentar defender sus dominios, como Álvaro Páez de Sotomayor; otros tuvieron que huir, como el conde de Lemos, que escapó a Ponferrada, o el arzobispo Fonseca y Pedro Álvarez de Sotomayor, que se refugiaron en tierras de Portugal. Como relata metafóricamente un testigo de Betanzos: «Los gorriones habían de correr tras los falcones, hasta expulsarlos del reino». En efecto, además de destruir las fortalezas, los irmandiños suprimieron las rentas y los tributos señoriales y ocuparon las tierras. La Hermandad se hizo con el control de toda Galicia: administraba justicia, tenía el poder militar y cobraba los tributos, en nombre del lejano rey de Castilla.Llegados a este punto debemos señalar que el nivel de destrucción por parte de los irmandiños no fue tan alto como el que la tradición le ha querido otorgar.

Una vez se hacen con el poder, vemos que la Irmandade pasa a ejercer justicia, queriendo imponer el orden. Trata de volver a las antiguas costumbres antes de la usurpación e imposición de los abusos señoriales



En una segunda fase, Finalmente, en 1469, ya con las luchas castellanas paralizadas temporalmente fruto del acuerdo llegado en 1468, entre la monarquía y la nobleza, en el pacto de los Toros de Guisando, los nobles gallegos volverán a Galicia dispuestos a derrotar de manera aplastante a la Santa Irmandade. La corona en este caso decidió no inmiscuirse y dejó vía libre a los nobles. El regreso de la nobleza se produjo desde varios frentes, lo que sin duda supuso un problema para la organización militar irmandiña. En primavera, el ejército dirigido por Pedro Álvarez de Sotomayor, conde de Camiña, entra en Galicia desde Portugal, derrotando a un grupo de irmandiños en la batalla de Castro de Framela. Posteriormente, proseguirá su marcha hacia Santiago. Cerca de aquí se encontraban los ejércitos de otros nobles que entraron por Castilla, liderados por Fonseca y Pimentel. Aquí los irmandiños propondrán batalla en el monte de la Almáciga, donde esperaban la llegada de nuevos contingentes. Previendo esto, los nobles cargarán sin demora contra el grueso de las tropas irmandiñas comandadas por Pedro Osorio, que no puede hacer frente a la carga suponiendo una derrota total. Mientras tanto en el este de Galicia, el conde de Lemos vence a otro ejército irmandiño en Pedrosa, ocupando también Monforte. En el noroeste, en la tierra de los Andrade, los irmandiños resisten de la mano de Alonso de Lanzós, aunque todas sus ofensivas son rechazadas por las tropas nobiliarias. Finalmente terminará rindiéndose. Destruidas las principales fuerzas irmandiñas, los señores se dedican a eliminar pequeños reductos de resistencia. El último de ellos se supone que fue un pequeño grupo de 30 irmandiños, que resiste en el antiguo castillo arzobispal de la Lanzada, comandados por los pontevedreses Xoán de Chinchón e Xoán García de Barca. Finalmente la fortaleza cae por una traición y los supervivientes serán conducidos a Pontevedra para ser ejecutados.


En cuanto a la represión por parte de la nobleza, no debe ser magnificada. Es evidente que existió, como demuestra las ejecuciones de las que tenemos constancia, pero no fueron multitudinarias. Fuera de esto, la represión consistió en el cobro de contribuciones, económicas o personales, para la compensación de los daños causados. Especialmente trabajando en la reparación o reconstrucción de las fortalezas. A continuación del año 1469, vemos que los abusos nobiliarios continuaron igualmente. El rey no podía hacer frente a la enorme señorialización del territorio. De hecho el poder de la nobleza continuará sin restricción hasta los Reyes Católicos(visita 1486).


Doma y Castración de Galicia- Castelao

Los sucesos fueron: que el Rey Enrique IV muere en 1474 dando comienzo a la guerra de sucesión entre su hermana Isabel de Castilla (Isabel la Católica)  y su hija Juana de Castilla,  la legítima heredera, conocida como Juana la Beltraneja, que estaba prometida en matrimonio con el monarca Portugués Alfonso V, la nobleza gallega se divide, algunos apoyan a Isabel de Castilla y otros a Juana la Beltraneja, siendo el reino de Galicia el principal opositor de los Reyes Católicos.

En 1475, al casarse doña Juana con Alfonso V de Portugal, Pedro de Sotomayor manda que ambos sean proclamados como reyes del Reino de Galicia, Portugal, Castilla y León, cuyo acto se efectúa en diversos lugares. Mientras el de Sotomayor levanta un ejército formado con gentes tanto de este reino, como del vecino de Portugal.


Entre 1475-1479 la Guerra de la Sucesión desatada en Castilla se refleja en Galicia con las luchas entre los diferentes nobles enfrentados en la defensa por ambas causas. Siendo “Pedro Madruga” el que con más ahínco pelea contra los enviados de la reina Isabel en Galicia. 

Isabel la Católica. Al margen de la historia oficial, usurpó un trono que no le correspondía. Era la cuarta en la línea sucesoria: Su sobrina Juana, fue declarada bastarda, sus hnos. Enrique y Alfonso, murieron «casualmente» envenenados e Isabel se alzó con el trono. Creó un estado férreamente centralista, con una policía política, la Sta. Hermandad, y una policía del pensamiento: La Sta. Inquisición. Asesinó, legalmente por supuesto, a mas de 10.000 (diez mil) judaizantes, herejes y disidentes, y más de 200.000 conocieron sus métodos represivos en todo su reino. Considerando la población total del país en la época, estas cifras son tremendas, el Sr. Castelao, pudo haberse quedado corto en lo de «doma e castración de Galicia»

Al surgir la Paz de Alcántara en septiembre de 1479, mediante cuyo tratado se pone fin a la confrontación, los Reyes Católicos afianzan su poder, al tiempo que aseguran la neutralidad de Portugal,

Los Reyes Católicos, se propusieron derrotar a los nobles gallegos que habían apoyado la candidatura de Juana la Beltraneja , la verdadera heredera de la corona a la muerte de Enrique IV. Así, los Reyes castellanos enviaron ejércitos a Galicia para someter a los nobles opositores, eliminando toda la resistencia que encontraban a su paso, como afirma el cronista de los Reyes Católicos: «que ya parecía crueldad, y era entonces necesaria; y por eso se hacían muchas carnicerías de hombres».

Los principales opositores fueron el mariscal Pardo de Cela en el norte de Galicia y  Pedro Álvarez de Sotomayor (Pedro Madruga) en el sur, para el año de 1479 se firman las paces entre Castilla y Portugal (quien prestaba apoyo a los nobles gallegos) al tiempo que los Reyes Católicos se consolidaron como monarcas de Castilla y Aragón.

Se firman tratados otorgando el perdón general a todos los nobles que pelearon en contra de los Reyes Católicos,  se pide que se otorgue perdón muy especialmente a Pedro Álvarez de Sotomayor, Conde de Camiña, pero Don Pedro A. de Sotomayor siguió  desobedeciendo a los monarcas castellanos.

Los Reyes Católicos para dirigir y domar al pueblo gallego, nombran a Fernando de Acuña como virrey en Galicia, su aliado A. Fonseca el arzobispo  de Santiago, rompió toda relación con Pedro A. de Sotomayor (Pedro Madruga) en 1480 reclamándole la devolución de las feligresías que tenía su feudo, D. Pedro  tuvo que refugiarse en Portugal, después de ver la suerte que corrió el mariscal Pardo de Cela, quien fue condenado a ejecución pública. La primera medida de Acuña cuando llega a Compostela, exigir a Alonso de Fonseca que le entregue la Catedral fortificada.

Acuña toma otras decisiones, como el establecer unidades de peso y medida, hace respetar a los nobles la jurisdicción eclesiástica, que la nobleza contribuya con hombres y medios a sostener la Santa Hermandad de Galicia, y que los rebeldes al poder real abandonen el reino de Galicia, para ayudar en la conquista de Granada.

Al mismo tiempo, procede confiscar torres, propiedades y rentas del obispo de Lugo, que se ve obligado a esconderse en dicha ciudad, y solicita ayuda a su hermano el conde de Lemos. Éste acompañado de su yerno el mariscal Pardo de Cela, entran en Lugo con sus fuerzas, liberan al obispo y expulsan a los de Acuña. Además de enviar una propuesta a los monarcas. El rey Fernando toma la decisión de ponerse al mando de un ejército castellano para acabar con aquella insurrección. Esta fuerza no llega a penetrar en Galicia, al fallecer el conde de Lemos y surgir grandes discordias familiares por el reparto de la herencia.


Más rebelde será el mariscal Pardo de Cela, que no acata ninguna disposición desde la subida al trono de Isabel, enfrentado con el poder real y su representante Fernando de Acuña, quien le condena a perder sus propiedades.


Pardo de Cela organiza sus mesnadas, arma a sus campesinos y se establece en sus fortalezas de la comarca de Mondoñedo. Esta resistencia dura tres años, siendo finalmente tomada por las fuerzas del gobernador y ejecutado ante el pueblo en la plaza mayor de Mondoñedo en diciembre de 1483. 

 

La pacificación de Galicia por los Reyes Católicos consistía en prohibir las bodas y bautizos que se acostumbraba celebrarlas durante varios días, prohibieron todas las reuniones de mas de 6 personas, so pena de muerte, se prohibió hablar en gallego, cerraron el comercio marítimo y mandaron arrancar las viñas, cuya producción se exportaba a países nórdicos, entre otros muchos atropellos, a los nobles que teñían arraigo y poder en Galicia los trasladaron a otras regiones de Castilla para que no se opusieran a sus sabias medidas, lo mismo se hizo con los eclesiásticos para evitar que reagruparan a la población, se les envió lejos de Galicia.

Los gallegos que querían seguir viviendo como siempre habían vivido se les consideró como delincuentes, al no tener quien los dirigiera pues tanto la nobleza gallega como la eclesiástica estaba esparcida por los reinos de castilla, los Reyes Católicos consiguieron algo que nadie había podido conseguir en toda la historia de Galicia, habían domado y decapitado a los bravos gallegos.


El compromiso de los Reyes Católicos

Antes de entrar en la ciudad en 1486, los vecinos de A Coruña les hicieron jurar que respetarían sus fueros y libertades

En 1486 los Reyes Católicos peregrinaron a Santiago. Buscaban la protección del Apóstol en la guerra contra el reino moro de Granada, pero también acudían para asentar su poder sobre el Reino de Galicia, domar a señores y caballeros rebeldes, afianzar la autoridad de sus gobernadores y jueces, y resolver quejas. En A Coruña se les aguardaba con expectación y recelo, pues había agravios pendientes ya que los coruñeses se habían opuesto con las armas a la intención real de entregar la ciudad al conde de Benavente.

El juramento: Los coruñeses les pidieron que confirmasen todos los privilegios y libertades de la ciudad y que prometiesen que no la apartarían de la jurisdicción real y que no la otorgarían jamás al conde de Benavente y ni a ningún otro señor. Los reyes, con sus manos en los evangelios y en una cruz, lo juraron.

La ciudad los esperaba y los acogió con una fastuosa entrada real o ceremonia solemne de recibimiento. Un acontecimiento festivo de primera magnitud, cargado de simbolismo litúrgico y político, que servía, en los siglos medievales, para reforzar los vínculos entre monarcas y habitantes de la ciudad visitada.

Los  Reyes Católicos: Isabel y Fernando concibieron un plan sistemático para someter a Galicia. Lo llamaron la doma del reino de Galicia, posteriormente el político y escritor Castelao, lo denomino como «doma y castración del Reino de Galicia”, fueron el comienzo de unos siglos oscuros para Galicia que sólo empezaron a despertar con los albores de la conciencia nacional en el siglo XIX.

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